Acabas de llegar... pasa...

Este blog surge para compartir y comentar... para evolucionar,
explorar e investigar a través de las palabras.

Estás invitad@.


sábado, 27 de diciembre de 2008

Viajes

he decidido darme un baño en las hojas del otoño
hacerme una fotografía con mi gorro parisino
subiendo a lo más alto de tu cuerpo

algunas mujeres han tenido deseos peores

jueves, 18 de diciembre de 2008

Dormitorio

No me atrevo a explicarte el dormitorio.
Quizá porque su vida es efímera
y profunda.

A veces te lo cuento
narrándote otra historia,
atentos tus oídos
me sonríen.

A veces te lo explico con miradas,
ávidos tus ojos se entrecierran,
me agarran.

Al final te lo resumo en unos gestos,
te lo anoto en la piel
y nos dormimos.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Encuentros

Tus calles son de goma
y mis sandalias de sur;
de azul hechizo, de invierno rojo,
mis sandalias, sureñas
seseantes
sofocadas
sonrosadas,
bailan por tus calles,
de bombones-regalices
de castañas y dragones.

Mi honda es de intuición
y tus tobillos de azúcar,
de almendras blancas,
de miel, jalea real, piruletas.
Mi arma mágica, certera,
alcanza tus tobillos licuados,
garrapiñados
extrovertidos.

En una cama elástica,
de gominolas de fresa,
nos divertimos.


Con este poema participo en el II Concurso de Poesía de Heptagrama
Nuria García Gonzalo
España

sábado, 6 de diciembre de 2008

Me recuerdas al verano

Me recuerdas al verano, cuando la tormenta empieza en el campo y todo huele a naturaleza que respira.

Mi abuela está nerviosa, no le gustan las tormentas porque de pequeña, no eran como ahora. Mucha gente moría alcanzada por un rayo puntero y fatal. El pararrayos está en el patio, junto al pozo blanco. Mi abuela enciende unas velas. Yo observo su ir y venir por la casa, sintiendo la empática y solidaria tensión de quien nunca experimentó el peligro. El motor de la electricidad se ha callado. El silencio y el ambiente denso son rotos melodiosamente. Dentro los pasos de mi abuela, su espalda trabajadora organizando todo, superando su terror cuidándome. Los rayos iluminan rítmicamente la cocina y de nuevo, las sombras anaranjadas son la única luz de esta escena íntima.

Un trueno. Tiembla la casa. Vibro.

Mi abuela habla en voz alta ahuyentando a los malos, como el pararrayos, creando un escudo invisible por toda la casa. La tierra empieza a susurrar a través de su olor diciéndome que está llena. Me inunda como lo hace el aroma que desprende el queso en los dibujos animados tomando la dirección de la nariz del ratón protagonista que entre mareado, embriagado e hipnotizado, sale de su agujero en la pared. Yo no salgo, no me muevo. Estoy en un temeroso disfrute. El aroma de la tierra se cuela por debajo de la puerta, por la chimenea, por las paredes, por los cristales. Refresca y me pongo una chaqueta, semi a oscuras. Es mi abuelo entonces quien me enseña a contar desde el relámpago hasta el trueno, aguardando el sonido seco y sordo que me asegura, llegará y se alejará. Fuera llueve intensamente sobre fondos morados. Pero yo me siento plena; con la emoción del peligro que no me alcanzará por el escudo protector de mi abuela y por la lección de mi abuelo para comprender y conocer el ritmo cadente de la naturaleza, con la seguridad de un lugar íntimo y profundo para siempre.

Me recuerdas al verano, cuando la tormenta empieza en el campo y todo huele a naturaleza que respira. Cuando te observo llegar con la fuerza de la vida y empiezo a contar… uno… dos… tres… cuatro… Ya estás aquí.